Montesquieu escribió: “La ley debe ser como la muerte, que no exceptúa a nadie”.
Las leyes no descansan en la bondad de los ciudadanos si no más bien en la desconfianza hacia la dualidad de nuestra naturaleza, y Don Baltasar Garzón es humano y como tal también se debate entre la virtud y el pecado, entendido como el vicio que nos impide ser mejores personas. Y la soberbia es uno de ellos, no es algo estupendo y superior, es un vicio, por mucho que algunos se empeñen en adjetivar el sustantivo y ungir a Don Baltasar y sus actuaciones como soberbias.
Tenemos la tendencia a confundir jueces, justicia y ley, y a confortarnos con la imagen de aquella señora con la balanza en una mano, la espada en la otra y sobre todo con los ojos vendados, olvidando que su figura nunca aparece desnuda, algo que siempre he relacionado con el pudor de esconder la naturaleza humana.
Alguien cuyo nombre no recuerdo escribió que todos somos iguales ante la ley, pero no ante los ojos del que la aplica. Y Don Baltasar no ha tenido los mismos ojos ante todas las victimas de la guerra civil, ni los mismos oídos ante toda la corrupción que ha pasado por sus manos o ha buscado en turnos y repartos.
Parte de la sociedad prefiere dejarse seducir por las siempre enigmáticas teorías de la conspiración, argumentando que detrás de las denuncias que acusan a Don Baltasar están la venganza y la envidia, vicios ambos de nuestro lado oscuro, cuando lo mas probable es que Don Baltasar simplemente ha errado. Otros, como decía Santiago Rusiñol, sencillamente creemos que “Cuando alguien pide justicia es obvio que lo que quiere es que le den la razón”.
Es como si Zeus hubiera ordenado a Ate, aquel semidios con forma de pajarillo, posarse sobre el hombro de Don Baltasar, evidenciando a los humanos que es uno de los nuestros y ha errado. Lo que la justicia nos aclarará es si ha delinquido, y la historia nos dirá si finalmente alcanza su rumoreado objetivo de trasladar a Den Haag sus inquietudes y su peculiar forma de entender la justicia.
Las leyes no descansan en la bondad de los ciudadanos si no más bien en la desconfianza hacia la dualidad de nuestra naturaleza, y Don Baltasar Garzón es humano y como tal también se debate entre la virtud y el pecado, entendido como el vicio que nos impide ser mejores personas. Y la soberbia es uno de ellos, no es algo estupendo y superior, es un vicio, por mucho que algunos se empeñen en adjetivar el sustantivo y ungir a Don Baltasar y sus actuaciones como soberbias.
Tenemos la tendencia a confundir jueces, justicia y ley, y a confortarnos con la imagen de aquella señora con la balanza en una mano, la espada en la otra y sobre todo con los ojos vendados, olvidando que su figura nunca aparece desnuda, algo que siempre he relacionado con el pudor de esconder la naturaleza humana.
Alguien cuyo nombre no recuerdo escribió que todos somos iguales ante la ley, pero no ante los ojos del que la aplica. Y Don Baltasar no ha tenido los mismos ojos ante todas las victimas de la guerra civil, ni los mismos oídos ante toda la corrupción que ha pasado por sus manos o ha buscado en turnos y repartos.
Parte de la sociedad prefiere dejarse seducir por las siempre enigmáticas teorías de la conspiración, argumentando que detrás de las denuncias que acusan a Don Baltasar están la venganza y la envidia, vicios ambos de nuestro lado oscuro, cuando lo mas probable es que Don Baltasar simplemente ha errado. Otros, como decía Santiago Rusiñol, sencillamente creemos que “Cuando alguien pide justicia es obvio que lo que quiere es que le den la razón”.
Es como si Zeus hubiera ordenado a Ate, aquel semidios con forma de pajarillo, posarse sobre el hombro de Don Baltasar, evidenciando a los humanos que es uno de los nuestros y ha errado. Lo que la justicia nos aclarará es si ha delinquido, y la historia nos dirá si finalmente alcanza su rumoreado objetivo de trasladar a Den Haag sus inquietudes y su peculiar forma de entender la justicia.
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