Las personas hablan en el idioma que en el que sueñan

La verdadera civilización es aquella en la que todo el mundo da a todos los demás todos los derechos que reclama para sí mismo.
Robert Green Ingersoll (1833-1899)



Hace unos días el Secretario de política lingüística de la Generalitat, Joan Bernat, valoraba positivamente los resultados de un sondeo según el cual han aumentado los porcentajes de ciudadanos que conocen el catalán y que se declaran bilingües, pasando estos últimos del 4’7 al 12 %.
Hasta aquí parece que su optimismo esta justificado y que todos nos deberiamos alegrar, sin embargo hay un dato que chirría de forma relevante: el porcentaje de personas que utilizan normalmente el catalán como lengua habitual se ha reducido en un 11%, pasando del 46% al 35%.

La controversia esta servida: Mientras que el conocimiento del catalán aumenta como consecuencia directa del aumento de las titulaciones fruto de su imposición en la escuela y su obligatoriedad en la administración; su uso en la calle, en casa o en la empresa, disminuye. Mientras que el número de catalanes que tienen acreditado el nivel “C” crece, el uso del catalán decrece.
Esta situación aunque parezca paradójica no lo es tanto. A pesar de los ingentes recursos económicos y humanos que la Generalitat dedica a la imposición del catalán, las personas siguen hablando en el idioma en el que sueñan.

Otro argumento a tener en cuenta para entender que porcentualmente disminuya su uso, es el del rechazo que toda imposición identitaria produce en el que la padece, máxime cuando es una minoría quien la practica. A este respecto cabe recordar que en Cataluña solo el 15% de sus habitantes declara sentirse “únicamente catalán”, y que la gran mayoría se siente catalana y española en distinta proporción.

Los intentos de modificar la realidad socio cultural de Cataluña mediante la aplicación de técnicas de ingeniería social, a golpe de talonario o por imperativo legal, no esta produciendo los efectos que algunos esperaban, salvo en los bolsillos de los que viven del nacionalismo.

La ley del consumo, que obliga a las empresas a rotular y a dirigirse en catalán a los clientes, o la ley del cine que impone a las salas que proyecten el 50 % de las películas en catalán, sin olvidar la piedra angular sobre la que se sustenta todo el negocio: la exclusión del castellano del sistema educativo, están convirtiendo uno de nuestros dos idiomas comunes en algo antipático.

Otro ejemplo reciente que alimenta la animadversión si no el rechazo, ha sido la prohibición de instalar pantallas en Barcelona o televisiones en las colonias de verano, esplais etc., para ver los partidos de la selección española de fútbol, o incluso la reciente prohibición de las corridas de toros. Decisiones estas, que lejos de contribuir a la normalización del “fet catalá” están produciendo “la desfeta catalana”.

Por mucho que la nueva prensa del movimiento apele a la dignidad de Cataluña, cada vez hay mas catalanes indignados, hartos de tanta tontería y perdida de tiempo; ciudadanos a los que les importa un pimiento que un servicio lo gestione la administración local, la autonómica, la estatal o la europea; contribuyentes que quieren que los impuestos que pagamos se destinen a satisfacer las prioridades de los ciudadanos y no las de la yihad catalana.

Se me antoja que el Sr. Joan Bernat en su papel de comisario político ha respondido a las expectativas de su “Reichsleiter”, obligando, castigando, multando, prohibiendo; pero como Secretario de política lingüística de la Generalitat esta fracasando, y es que las imposiciones contra natura están condenadas al rechazo.
El devenir de las lenguas en la historia es muy tozudo y poco tiene que ver con la voluntad de los que nos gobiernan.


Nito Foncuberta

1 comentario:

pasquino dijo...

No debiera usté dar ideas...